Saturday, October 06, 2007

 

Éxodo del Tominé: 40 años


“Las aguas te engullirán un día y ni las puntas de las torres asomarán sobre este charco” fueron las palabras con las que un cura en tiempos remotos maldijo a Guatavita, mismas que décadas después ya casi olvidadas volvían a la memoria de los expatriados que se mudaban al pueblo nuevo aquel 15 de septiembre de 1967, día del inevitable éxodo. Bajo las aguas del embalse, que se comenzó a llenar a mediados de los 60s, quedaba la producción de las minas de sal de San Juan de Sesquilé que no cesaban desde la época precolombina y que a la fecha alimentaban a cerca de 70 hornos, constituyéndose en el mayor ingreso económico del municipio; así mismo serían ahogados los molinos de trigo, la nueva escuela de San José y la Vocacional, los cercados indígenas de Tintoque, Tocatama, Chauta, Gachacaca y Fistativa, el Luna Park, las fuentes de Aguacaliente, la Cartuja, la Jabonera… y otros tantos sitios que ya ni en la memoria subsisten. Ni los ruegos de comisiones ante la Santa Sede lograron evitar la inundación. Desde 1942, cuando iniciaron los estudios para la construcción, se sabía que el embalse ocuparía las mejores tierras. Los habitantes se lamentaban ante el rumor de la canalización del río Siecha y la inevitable venta o expropiación para la construcción de una represa; rumor que se concretó en 1959 cuando finalizó la elaboración de sal, que por rentas percibía Sesquilé $95.854, de los cuales el 50% correspondía a la Corporación Autónoma de Municipios Salineros (Zipaquirá, Nemocón y Sesquilé). Regalías nunca igualadas por el almacenamiento de las heladas aguas. Los de Guatavita se consolaban con el pueblo nuevo que la empresa les construyó, en cambio los de Chaleche y San José sólo pocos rehicieron sus hogares en el pueblo con las casas del Instituto de Crédito Territorial, los demás, decepcionados, partieron para Zipaquirá y Bogotá a emprender una nueva vida.
El éxodo marcó la disminución de 198 habitantes en la última década, según el censo de 1951.
El turismo de los días de fiesta que colmaba los hornos en busca de delicias preparadas en pailas como papas, plátanos, cuajadas y carne de sabor exquisito, que constituían los famosos piquetes de San José, serían reemplazados por lanchas y veleros a disposición de unos pocos acaudalados que conformarían los Clubes Náuticos, quienes firmaron contrato de arrendamiento a 50 años, con un canon de ¡¡10 pesos anuales!!, con la única condición de sembrar pinos y eucaliptos.
Tal como estaba destinado, las compuertas del muro se cerraron y el valle comenzó a ser llenado a comienzos de 1963, y un año después ya se programaban las primeras regatas sobre sus aguas.
En la memoria quedarían las tragedias sucedidas en los hornos, como los fallecimientos por calcinación del joven Luis Jiménez en 1932 y Luis Francisco Rodríguez en 1953, ambos en el horno de Ananías Rodríguez Cortés, y el de Aurelio Chautá Campos en 1942. Tragedias reemplazadas por el arrojo de cadáveres al embalse, siendo el primero de ésta modalidad que luego se pusiera en boga, el de José Socorro Suescún, probablemente asesinado 15 días antes en Bogotá y arrojado luego a las aguas del Tominé, en diciembre de 1967.
Pero la finalidad del embalse no era ni desatar cadáveres, ni emerger veleros; el objetivo de su construcción fue el de regular el volumen de agua del río Bogotá con relación a las necesidades de la hidroeléctrica del salto del Tequendama y también suministrar agua para el acueducto de Bogotá; únicamente como almacenador de agua porque, según dicen, los malos cálculos no le permitieron ser generador de electricidad.
Su extensión de 18 km y periferia de 70 km, que abarcó los municipios de Sesquilé, Guatavita y Guasca, lo convierte en el más extenso del país; teniendo 4 km de ancho y 38 mts de profundidad, con capacidad para 690 millones de metros cúbicos de agua. Según se dice el municipio de Sesquilé poseía acciones sobre la Empresa de Energía de Cundinamarca por los derechos del Embalse, así como trato preferencial a la hora de gozar del alumbrado, privilegios de los que hoy en día nadie da razón.
Desde su construcción se ha propuesto la creación de un parque recreativo alrededor, proyecto que no pasó de la etapa de factibilidad y, hoy, celebrando sus 40 años agoniza ante el problema del buchón que lo amenaza desde hace un lustro.

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